Ahora sí.
Bueno, como les decía, otra vez nos tocó pagar el tributo que implica vivir en el Cinturón de Fuego del Pacífico; ubicación que tiene toda la onda del mundo, pero que es medio peligrosona. Como el departamento de mi hermana: al lado de toda la movida alcohólico-sushi-cultural de la Plaza Ñuñoa, sin que nada nada nada se interponga entre ella y la vista impresionante (impresionantemente cerca) de la Cordillera de Los Andes (aaaaaahhhh, cómo la envidio cuando la luna llena aparece por detrás del Cerro San Ramón), pero en un piso 17; y en un edificio donde vive un montón de gente más, que yo no sé cómo llamarán ustedes a eso, pero para mí es promiscuidad.
El "evento" en cuestión ocurrió a las tres y media de la mañana.
Aquí empiezan las discrepancias. Unos dicen que mejor que haya sido de noche porque todo el mundo estaba en sus casas (¿mmmmm?... ¡mentira!), otros dicen que de noche da más susto; yo lo único que sé es que hacía 10 minutos me había metido en la cama y estaba leyendo un par de páginas que tenía pendientes hace meses, de algo con título apocalíptico. No sé, esto me preocupa un poco. ¿Habré sido yo quien con ese inocente acto invocó a los Dioses de las Placas Tectónicas? Nunca lo sabremos, pero lo cierto es que antes de que alcancen a decir "placas tectónicas", el temblor al que ya todos estamos acostumbrados, esa especie como de Parkinson de la tierra en estos lares, fue subiendo, subiendo, subiendo y de pronto me encontré apretujando a mi hija en el umbral de su dormitorio, y pensando... atención en esta parte; lo que les voy a decir va a sonar igual a lo que dicen esas viejas que salen en la tele cuando hay una catástrofe, y que parece que los periodistas las buscan especialmente; pero es así; es exactamente así; y les ruego que echen mano a toda la empatía de que dispongan para ver si lo pueden entender: hubo un instante, un fugaz instante, un fugacisísimo instante en que, parada en el umbral, tratando de calmar a mi hija, mientras la casa crujía entera, la oscuridad era absoluta y oía que todas las cosas que eventualmente podían caerse estaban pasando de potencia a acto, un instante -repito- en que sentí que me iba a morir.
Noooo, claaaaaro, apuesto a que están pensando que estoy igual que la vieja de la tele. Al final no se les puede contar nada. Cero empatía, ustedes. Quien me manda a mí, también.
Piensen lo que quieran, pero así fue.
Y no es "pensé que me iba a morir", ni "sentí que me moría". No. Es "sentí que me iba a morir".
Al final no me morí nada.
No sólo eso, fui la heroína del Benjita -el hijo menor de mi vecina- quien a pesar de su carácter bastante huraño, ahora donde me ve me saluda y me sonríe. Porque mientras la madre gritaba y se movía de aquí para allá como gallina clueca, él se cagaba de frío, y tuve que aparecer yo en escena para decirle lo que tenía que hacer; o sea, ponerle ropa y zapatos al crío.
En fin. Dejé pasar la única oportunidad de pegarle un par de sopapos a mi vecina.
Y no se murió nadie a mi alrededor, tampoco, pero lo que sentí en el instante ese que les dije se me pegó al cuerpo, al alma, al espíritu o como quieran llamarle, y me tuvo mal todo el día de ayer. Me tuvo sumida para adentro. Que no es lo mismo que deprimida.
Debe ser esa cosa de las experiencias límite y eso.
Eso con lo que se ganan la plata los psicólogos.
Me cargan los psicólogos. A mí denme un psiquiatra y ya.
Así que así estuve ayer. Todo el día. Mirando por la tele la cagada que quedó, sumida para adentro y pensando en que si me querían mandar algo, que fuera un médico para el alma.
Lo jodido también son las réplicas.
En la madrugada, cuando nos metimos a la cama muertas de frío, apenas nos empezábamos a entibiar un poco y zuácate una réplica. Y vuelta a agarrar las pantuflas y salir a la calle.
Y cuando te estás acostumbrando a la rutina de las réplicas y dices, "bah, una réplica... no importa", viene un remezón grado 6.
Ahí como que me empecé a cabrear.
Y empecé a salir de allí de donde me había sumido.
Y ahora no necesito médico ni nada, porque no sólo no me morí, sino que yo, acá donde me ves, con mi metro cincuenta y siete de estatura, yo, YO te aguanté un TERREMOTO, que unos dicen de 8, 3 grados y otros 8, 8 Escala de Richter, pero que si quieres cerramos en 9; y si no quieres, está entre los Top Ten desde que se tiene registro. Y a ver quién de ustedes puede decir lo mismo. Así que más respeto y no me vean como la vieja de la tele, porque me siento invulnerable, indestructible, poweeeeerrrrr...!!!
Además una copa kamikaze se estrelló contra mi mano, y con un poco de suerte capaz que me quede una cicatriz que quizás algún día pueda presumir ante las narices de Bruce Willis. Quién te dice.
Igual no descarto la ayuda profesional.
Si pueden, mándenme un médico.
Uno sin fronteras.
Porque ya saben que yo con constreñidos no voy a ninguna parte.
P.S.: Quizás en mi nuevo estado tenga algo que ver la fuerza que ustedes me están mandando. Gracias.
¿Y ese cuasi kimono?
Ah, eso.
Eso es porque puede venir un ejército de sumos ninja y yo te los hago picadillo en un dos por tres.
Ah, y sí hay muertos y destrucción y gente durmiendo en la calles y otra gente que va en auto a saquear supermercados y ayuda humanitaria y el gobierno no hace nada, pero eso lo pueden encontrar en cualquier diario.