viernes, 10 de diciembre de 2010

Máquinas

Que te quede claro de entrada que no tengo nada contra las máquinas. Así per se. Pero la última que entró a mi vida sencillamente me la está haciendo cuesta arriba.
Antes un poco de historia.
En las postrimerías del siglo pasado, cuando no me quedó más remedio que iniciarme en esto de la vida laboral, hacer una prueba -confeccionarla digamos- era un reverendo cacho. Las pruebas semestrales, claro; los controles comunes y corrientes los tenía que manufacturar el sufrido alumno (aaaahh, qué exquisito placer sádico te inundaba con sólo entrar a la sala y decir "saquen una hoja... Número 1..."). Para hacer las pruebas más cototas había que conseguir una máquina de escribir, quitarle la cinta y, en jerga técnica, "picar un stencil". No sé si entienden a qué me refiero con  "stencil". Lamentablemente no estoy en condiciones de explicarlo muy bien. Era una cosa tamaño oficio compuesta por una hoja delgadita -que era la que quedaba toda agujereada cuando se la golpeteaba con las teclas así en bruto, sin la cinta-, una hoja negra de no sé qué que iba al medio y una base de papel más grueso. Mejor explicación no me pidan. Ahora bien, si ya era una joda corregir un escrito a máquina utilizada en términos convencionales (léase retroceder un espacio, partir a conseguir uno de esos papelitos blancos que llamaban "tipex", ponerlo sobre el error cometido, tipear la letra de nuevo, y así cada vez, con paciencia asiática), corregir en el stencil era todavía peor, porque había que usar un líquido rosado medio flúor que se aplicaba con pincel y que éste sí que era inconseguible. Terminada la titánica tarea, el stencil ya "picado" se le entregaba a don Víctor, quién, entre otras tareas (barrer, tocar la campana, arrastrar los pies...), realizaba vaya uno a saber qué sortilégicos pases mágicos y aparecía al cabo de un par de días (o semanas) con un alto de pruebas más o menos (generalmente menos) legibles. Un garrón. De ahí la proliferación de las pruebas manufacturadas. El lío con ellas se daba a la hora de corregirlas, pero como Dios es grande, en este país la escala de notas va del 1 al 7, así que uno dictaba 7 preguntas y ya. En este escenario, es fácil entender el beneplácito con que fue recibida -por mí, que, huelga decir, mis escritos terminaban siendo un solo manchón blanco, o rosado flúor, según fuera el caso- la aparición del primer Machintosh y su amiguita Impresora. Después vino la proliferación de las pruebas de selección múltiple -que se corregían en un dos por tres, hasta por la hermana chica o el pololito de turno-, los alumnos nunca más escribieron, se olvidó la ortografía, la gramática toda, los estudiantes se pusieron más flojos que el hueso de la frente, los profesores se percudieron, la educación se convirtió en un negocio, se acabaron los sindicatos, el Colegio de Profesores se llenó de chantas y todo se fue a las pailas, pero no es ése el tema que nos convoca. Decíamos, pues, que la aparición del PC se recibió con jolgorio colectivo, por mi parte.
Desde aquella época, mucha agua, un matrimonio, un parto, dos colegios, otros trabajos y varios años sabáticos han corrido bajo el puente... hasta la semana pasada. ¿Qué pasó? Pasó que en mi trabajo actual compraron un lector óptico. Yo no sé con qué discurso les vendieron (a Ellos) el aparato éste, pero una vez comprado nos lo "vendieron" (Ellos a nosotros) con que ahora sí que no nos íbamos a demorar nada en corregir millones de pruebas, que además te arroja una pila de información, y gráficos y estadísticas, y patatín y patatán.
¿Cuento corto?
Entre revisar que las "celdillas" de las "tarjetas" estén correctamente "ennegrecidas" por los alumnos (alumnos de país tercermundista, te aclaro), hacer correctamente las "tajetas maestras" (por mí, que aparte de tercermundista soy un pastelazo) y conseguir que el aparato funcione (que no sé si será tercermundista, pero parece que es chino; y todo bien con los chinos y los dragones y Jackie Chan y la Gran Muralla y muy potencia mundial, pero que las camisetas se ponen jetonas al primer lavado, se ponen, y que una blusa se destiñó el fin de semana y me manchó toda la otra ropa que iba e la carga, se destiñó), ha sido un verdadero regreso a Ítaca el corregir las pruebas de fin de semestre. Aparte que el tipo este, el lector óptico, no tiene corazón y el 3,9 te lo deja en 3,9 y el cabro reprobó y reprobó nomás. Y no se anda preocupando de si el alumno borró bien o borró mal, ni de si la "intención de voto" era ésta, aquélla o la otra; anula y ya.
¿Resultado?
Antes me demoraba dos días en corregir todas las pruebas y ahora ya llevo como una semana.
Y entre el cabrerío está la tendalada.

No sé, pero para mí Matrix ya empezó.

1 comentario:

aleida-g dijo...

Me hizo acordar a los Stand de "pago Fácil" o "Rapipago" que llegaron hace unos 10/15 años para terminar con las largas colas en el banco a la hora de pagar los servicios, pero terminaron convirtiéndose en un calvario y por cierto que va siendo hora de cambiarle el nombre por "Pago difícil" y "Lentipago".