martes, 26 de julio de 2011

Atentado

Vengan para acá que quiero salvar al blog del terrorismo de derecha y del fundamentalismo cristiano, y del flagelo del alcohol y de las drogas. Vengan les digo, que les voy a presentar a Ailín.
Ailín tiene doce años y va a una escuela que atiende a "menores en riesgo social" (¿viste como le gusta a la gente el eufemismo?) de una comuna de la periferia, en un país que a costa de sangre, sudor y lágrimas y dictadura ha sabido escalar puestos hasta situarse en un lugar bastante encumbrado del ranking de países con la peor distribución del ingreso. Pero Ailín no sabe de dictadura, ni de distribución del ingreso, ni de eufemismos.
Hoy, en la clase de Lenguaje y Comunicación, Ailín aprendió que en los cuentos y novelas existe algo que se llama "ambiente", y que este coso llamada ambiente puede ser físico -una playa, la selva, la sala de clases, el zoológico, un submarino...-, psicológico -una atmósfera romántica, o de suspenso, terror, intriga, hastío o qué sé yo- y social -ricos, pobres, clase media, "cuicos", "flaites", marginales, etc.-.
Para comprobar que Ailín y sus cuarenta compañeritos habían entendido, la profesora (que es una bestia), les pidió que escribieran un cuento. Un cuento, ¿entiendes? Como si fuera cosa de llegar, agarrar y escribir un cuento. Por si fuera poco, la profesora (que es una bestia, no sé si ya lo dije), les puso una serie de condiciones. De partida les explicó que un cuento debe tener un inicio, un desarrollo y un final más o menos claro, pero siempre sorprendente; y personajes, y sobre todo los tres ambientes esos; y no hay que pensar que los lectores son deficientes mentales, aunque lo sean (no, no, ooooootros lectores), así que no hay que hacerles las cosas fáciles y explicarles todo, no, más bien hay que hacerles las cosas cuesta arriba, porque las cosas son cuesta arriba. Y de yapa la bestia profesora les pone una restricción. Una restricción a lo bestia: extensión má-xi-ma de tres renglones porque no tiene todo el día.
Y se pusieron manos a la obra literaria.
De a poco fueron saliendo historias. Y la Bestia gruñía "no, no, muy largo; métale tijera; pódelo", "no explique tanto, escriba para un lector inteligente, por ejemplo, yo", "eso no sorprende a nadie", y así.
Hasta que se acercó Ailín, con su cuaderno de forro rojo (como todo cuaderno de Lenguaje y Comunicación que se respete, desde tiempos inmemoriales), en el que había escrito lo siguiente:
En la playa un hombre romántico busca un amor de clase media.

Lloré. Les juro que lloré.
Pero lloré para dentro porque yo ante mis alumnos soy La Roca.


(Dedicado a esa pobre niña que no pudo más con el "riesgo social" y puso fin a su vida de manera más o menos voluntaria.)

jueves, 14 de julio de 2011

A los bifes

Al estimado lector que llegó a este humilde blog luego de preguntar "el bife chorizo argentino es nuestro querido lomo vetado?", le digo que la respuesta es la misma que cuando uno se pregunta "¿me quiere?".
O sea, la respuesta es NO.

Y mira que de eso yo sé un montón.