Anoche venía llegando a las 5 de la mañana -no salgo nunca, pero cuando lo hago como que me cuesta volver; no sé, debe ser la poca costumbre-, y a la distancia vi una fila de autos frente a mi casa.
Yo, siempre pensando bien de la gente y dialogadora conmigo misma, me dije "claro, otra vez hicieron fiestoca y me llenaron de autos la entrada. Ahora ¿cómo diablos voy a entrar?" (ustedes no lo saben, y los que instalan un auto frente a mi casa la mayoría de las veces tampoco, pero mi puerta abre hacia afuera; y vivo en una parte donde no hay calle y acera; o sea, calle hay, lo que no hay es acera; ni un mínimo de sentido común que... no, paremos, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda). Y mientras me acercaba, fui sopesando diversas soluciones alternativas, y elaborando un ranking que dejaba en el tope a aquéllas que infligieran el menor daño posible en mi imagen corporativa, porque si hay algo que me preocupa es el "qué dirán".
Pero no era eso.
Era mi vecina Florencia.
Murió.
Nunca antes conocí a alguien que le hiciera la vida tan jodida, y durante tanto tiempo, al cáncer que tenía dentro.
4 comentarios:
Uh. Quedaste fuera de juego pensando en qué decir, pero no importa.
Que vivan los que joden al cáncer.
Saludos.
Eso. Que vivan.
Y el cáncer no derrotó a Florencia: ella hizo la Gran Teniente Ripley.
O por ahí negoció, como mi amiga Andrea que se me fué en noviembre,pero con una sonrisa en el rostro que me hizo pensar en el regateo algo salió ganando.
Que vivan!
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