sábado, 18 de diciembre de 2010

Toda la vida es sueño

No me pregunten cómo ni por qué, pero yo iba en una micro por lo cerros de Valparaíso. Era una micro de ésas chicas y el único pasajero era yo. Bueno, sin contar a un enfermito amigo o conocido del chofer que iba de pie a su lado y le hablaba, le hablaba, le hablaba, le hablaba. A ratos se reía. Se reía como enfermito, no sé si me explico. Yo iba al fondo de la micro. Tenía una visión panorámica. O sea, veía todo. Lo único que no veía era el mar. Y esperaba ansiosamente que apareciera en uno de los subebaja o a la vuelta de una esquina, pero no doblábamos ninguna esquina. De pronto, justo frente a la nariz de la micro, cruza un auto de color anodino conducido por una mujer de lentes oscuros, pelo ídem y manejar descuidado que hacía morisquetas al espejo izquierdo mientras se le venía encima un camión blanco con verde. Estamos a punto de protagonizar un choque triple. La micro da un frenazo, atraviesa el eje, se sube a la vereda del lado izquierdo, el enfermito se golpea y le sale un poco de sangre de la boca. Parece que un diente, también. Decido que mejor me bajo, porque el chofer parece que como que se calienta y empieza a conducir a lo loco. Nos bajamos. Yo y una mochilita oscura que descubro que tengo entre las manos. Está nublado, pero no hace frío. Estoy parada no tengo idea dónde y tampoco tengo idea de cómo llegar al terminal de buses. Porque yo iba al terminal de buses. En la calle no se ve un alma y me acerco a una casa, dejo la mochila en la ventana, la abro y saco un sostén. Oh, resulta que justo es el sostén que compre ayer en... ¡no!, ¡no!, ¡detente!, ¡no sigas por ahí o se pudre todo!... la abro y saco un sostén para ponérmelo. Empiezo a sacarme la polera azul marino con cuellito... a ver... también ando con una faldita escocesa... y calcetas... ¿soy una escolar...? Miro por la ventana y no se ve a nadie dentro de la casa. Hay unos muebles antiguos. Chapa de madera oscura, cantos redondeados, pañitos a crochet. Clase media del cincuenta  y tantos; esa onda. Se abre la puerta y aparece un señor con lentes y un chaleco café de lana con cuello subido. Es feo. El señor es feo.  Pero confiable. Le pregunto cómo llegar al terminal de buses mientras con una mano trato de esconder el sostén en la mochila. Él tampoco sabe, pero abre la puerta y pregunta a alguien dentro de la casa. Dentro, y pegada a la puerta, hay una mesa con mantel blanco, de género; del género con el que hacían los manteles de antes. Está llena de gente -diez, doce personas- que está tomando onces. Cerca de la ventana, ahora abierta, hay una joven con un niño de unos dos años en brazos. El niño manotea el sostén y dice "senos". Me turbo un poco. La joven me sonríe con cara cómplice. Todos empiezan a dar información contradictoria respecto a cómo llegar al terminal. El tipo que está sentado a la cabecera toma la voz cantante y dice que está lejos, en el plan. "Claro, el plan. Estamos en Valparaíso, y en Valparaíso lo que no es 'cerros' es 'plan'", pienso, "como el almacén, que es   'emporio' y la marraqueta, 'batido'". Pregunto entonces cómo puedo llegar al plan. Otra vez se produce una controversia de la que no se saca nada en limpio. Hasta que el señor corta por lo sano y dice que me va a ir a dejar en el auto. "Uy, uy, uy", pienso, "aquí va a haber problemas, las mujeres son celosas". Empezamos a caminar los metros que nos separan del garage. En el suelo veo botado un pedazo de letrero de micro. Alcanzo a leer "Microcentro"... ¿pero cómo?, ¿le dicen "microcentro" como en Buenos Aires?, ¿no era que le decían "plan"? No acabo de salir de mi desconcierto cuando se nos unen dos viejos más y un joven. Todos feos. Feos pero confiables. El que vaya más gente, me tranquiliza...  o no... Uno de los viejos, el de chaleco blanco invierno y jockey, toma la delantera y nos anima a subir con grandes aspavientos. Se asoma la nariz del auto. El auto... es...es... es... ¡lila!... Oh, Dios, espero que sea un escarabaj... ah, no, es una citroneta... no, no es precisamente una citroneta... es un AK... ¿AK cuánto?... Maldición, si estuviera despierta lo sabría... ¿Despierta? ¿Dije despierta?... Sí, dijiste "despierta"... O sea, ¿hasta aquí nomás llegamos?... Hasta aquí nomás... Bueno, mejor.

Es asombroso como los sueños se parecen a los hijos.
Salen de uno, se nutren de uno, pero uno no los controla y no sabe con qué van a salir a la vuelta de la esquina.

4 comentarios:

Anai Le dijo...

(Palmada en la frente)
¡Tsk!
En Valparaíso al terminal le dicen "rodoviario".

Moncho dijo...

...y en Buenos Aires no es la micro ni el terminal, sino "el" micro y "la" terminal; es que el sexo de las cosas no es tan obvio como el de las personas, ¿no?

moncho dijo...

¿y la micro ibalparaíso?
Jaaa, creo que la calor o el calor no me sienta bien

Anai Le dijo...

Es verano, moncho. Hágase la idea.