sábado, 31 de diciembre de 2011

2012: Año del dragón... pero del dragón charcha

Más que las Navidades, para mí los recuerdos de infancia imborrables pertenecen a los Años Nuevos.
Como en un principio éramos solo tres, la hermana mayor de mi papá nos adoptaba temporalmente.
Todos los años partíamos de punto en blanco y a toda carrera a tomar la micro. Creo que parte de la fiesta era la incertidumbre de saber si llegaríamos a la hora o tendríamos que darle el abrazo al chofer y al resto de los pasajeros.

Cuenta la leyenda que en mi tercer Año Nuevo, y con poco más de dos años de edad, hice el primer intento de apartarme del rebaño. Mientras mis 12 primos (creo que mi tía se sentía vacía cuando no estaba embarazada), tíos, padres y otros sin especificar se entregaban a la ceremonia orgiástica de los abrazos, simplemente me largué a caminar con destino probablemente incierto, ve tú a saber, pero con la clara intención de alejarme de la muchedumbre. Según testigos, y particularmente según lo que refiere mi madre, de pronto mi progenitora se percata de que el fruto de sus entrañas no estaba en el sector que abarcaba su mirada, y, seguramente con la culpa atenazándole la garganta exclama, ¡LA NIÑA! A partir de ahí el relato se torna confuso. Nadie ha sido capaz de decirme exactamente cuánto tiempo estuvieron buscándome. Al respecto barajo dos teorías: 1. El tiempo es relativo. Es posible que.. naaa, deben haber sido solo unos minutos pero a mis padres se les hicieron eternos sumidos en la angustia  y la culpa. 2. Capaz que fueron HORAS, pero nunca me quisieron decir para no correr el riego de que yo misma me diera en adopción.
Cuento corto: a alguien se le ocurrió salir a mirar a la calle -mientras los grandes decían "nooooo, nada que ver, cómo va a haber salido a la calle..."- y vio que allá, a lo lejos, bien lejos, se divisaba un puntito blanco.
Suerte que mis papás no eran rockeros. O punks. O emos. O góticos. O cualquiera de esos pelotudos que les da por vestir a los críos de negro.

Con el tiempo, la cosa mejoró bastante. Me cortaron las alas, me socializaron como a Alex y me dejaron en condiciones de disfrutar el jolgorio colectivo. Tanto éxito tuvo el tratamiento, que no sólo abrazaba a toda la gente que estaba en la casa, sino que salía a dar abrazos con una de mis primas más grandes a todos los vecinos en dos cuadras a la redonda. A esa época se remonta mi iniciación en la cata de pan de pascua.

Otra cosa que me gustaba era el ceremonial del globo de papel.
Tiene que haber partes del mundo donde sea tradicional desplegar entre varios un globo de un metro veinte confeccionado en papel de seda, encender un coso en la base, esperar a que el aire del interior se caliente hasta que el globo empiece a dar tironcitos, soltarlo y correr como idiotas detrás de él mientras se eleva; pero acá, en este país, nunca jamás he visto a alguien que haga semejante cosa. Quizás por eso quebró la Casa Hombo, donde mi papá compraba un globo año tras año. Y nada más.

Además del trabajo en equipo, en estas fiestas también aprendí lo que era la envidia, la cobardía y el odio: nunca pude agitar una "estrellita" como mis valientes primas, y las chisporroteantes "pulguitas" que raspaban contra el suelo los pies de mis primos sólo a mí perseguían. Ahora prohibieron ese tipo de artilugios, cosa que me causa emociones encontradas. Capaz que ahora lo superaría. En fin.

Pero lo que más llamaba mi infantil atención en esta fecha, era cuando al dar las doce quedaba el llanterío entre las mujeres grandes. Nunca nadie me quiso explicar cuando pregunté la razón. Después llegué a pensar que era como un código secreto al que por el momento no tenía acceso, pero entenderlo era sólo cuestión de  tiempo.
Y así nomás fue.
Lloraban porque después venía otro.
Otro año.

Te digo más, toda esta parafernalia de comida, trago, fuegos artificiales, abrazos, trasnoche, bocinazos, cotillón, gritos, risotadas, Galeón español llegó dejando una estela en el mar, pachanga, un año máaaaaaaaas que se vaaaaaaaa, trencito con gente sudorosa  y jolgorio en general, no tiene otro sentido que hacer como que de verdad crees que ahora sí que en este nuevo año te va a ir bien y  que el mundo no se está cayendo a pedazos. Porque al margen de cómo te haya ido en este 2011, no me puedes negar que el mundo, el mundo así en general, está cada día más charcha. Y lo que es peor, nada nada nada NADA indica que la cosa vaya a mejorar. A menos, claro, que seas el personaje de Jeremy Irons en Margin Call, que, dicho sea de paso,  acabo de verla y estoy con unas ganas locas de salir a matar gente, partiendo por la tontorrona de la esquina que hizo cortar el precioso jacarandá del jardín porque, según ella, "botaba mucha mugre", y ahora se cambió dos casas más acá y ya taló el limonero que con sus propias manos plantó hace 30 años el dueño anterior. ¡Bestia!

Ah, y a propósito de Iron, un recado para la gran cantidad de gente que en las últimas 48 horas ha entrado a ver este post: Amarillos, sí, ¡PERO DE FIERRO!

Para más detalles, consultar Dato 4.400 en blog "Yo contra el mundo".

Y una última cosita. Cómo estaremos de jodidos por el poder económico que ya hasta somos víctimas, como tanta mujer golpeada,  del síndrome "Mi marido nomás me pega": siempre que se habla de "los pobres", nadie cree que están hablando de uno.

Buen provecho, y a ver si ponemos un granito de arena, UNO aunque sea, para que sea charcha pero sin irse al chancho.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace rato que no pasaba por acá, ignoro por qué no he venido... me gusta mucho leerte. Y a propósito, que tengas un... no digo feliz, pero al menos un sereno 2012.
Y apropósito (2) ¿qué es lo que significa charcha?
M

Anai Le dijo...

De mala calidad, al debe, fome, rasca, pedorro, a la diabla, sin punch, desprolijo, crappy, penca... eso más o menos.

Un abrazo, M.

Anónimo dijo...

Ok, ... ¡una garcha!

Anónimo dijo...

Ok, ... una garcha