Hay gente a quien le encanta hacer cosas y otra a quien le gustaría ser gato de chalet.
Los que nacimos en la especie -y el hábitat- equivocado, debemos batallar día a día con nuestra naturaleza -que tiende a la inacción- para poder llevarnos más o menos bien (nunca se consigue algo mejor que eso) con los que hacen cosas: los gestores.
Los gestores suelen pensar que los gatos de chalet son flojos; los gatos de chalet pensamos que hay algo turbio en el comportamiento de los gestores: alguna voz interior quieren acallar con tanta acción y tanto proyecto.
Es así como cada día resulta ser un verdadero calvario para los gatos de chalet. Desde que abrimos los ojos cada mañana -y ya abrirlos es un trabajo- debemos enfrentarnos a la fatigosa tarea de hacer cosas para que los gestores no acaben encerrándonos en un lugar donde nos practiquen electroshocks o lobotomías (si sólo nos encerraran en una habitación acolchada, no estaría nada mal; eso ellos lo saben), y es un verdadero calvario (esto ya lo dije).
Levantarse, preparar el desayuno, ducharse (¡encima nos obligan a "oler bien"!), ir a trabajar (¡trabajar!), tener proyectos, llevarlos a cabo, y así; suma y sigue.
Con el tiempo uno acaba acostumbrándose.
No, mentira; nunca nos acostumbramos; es sólo que hacer todo a regañadientes es más trabajoso todavía.
Entonces que no te induzca a error el ver a un gato de chalet cantando mientras cocina, o silbando mientras conduce su automóvil. No es que lo disfrute realmente (aunque a veces la ilusión es tal, que hasta él o ella cree que es así), es una táctica de supervivencia.
Hasta ahí vamos más o menos bien. Logramos, se podría decir, ser un tanto aceptados socialmente. Pero hay situaciones en que la ilusión se rompe y nuestra verdadera naturaleza -ésa que se ha mantenido agazapada cual felino, obvio- se manifiesta arqueando el lomo, erizando los pelos, lanzando manotaz... no, no, no; mucho trabajo; me cansé de sólo imaginarlo: se manifiesta con un maullido destemplado, nada más.
Por ejemplo, un gato de chalet cocina, y cocina rico (cosa que a los gestores les revienta, porque como siempre andan haciendo muchas cosas, a veces se les quema el arroz, se les pegan los fideos -algunos inventan triquiñuelas como agregar aceite al agua, pero están mal-, o no tienen paciencia para esperar que la mermelada dé punto), sirve la mesa, come, conversa, sonríe, cuenta anécdotas interesantes (porque, a diferencia de los gestores, nosotros no "hacemos" cosas; a nosotros nos "pasan" cosas), retira los platos, los lleva a la cocina, los lava... y hasta ahí nomás llegamos. La presencia de ánimo se nos agota antes de secarlos y guardarlos ordenadamente en la alacena. Se quedan a un costado del lavaplatos hasta que hay que ocuparlos otra vez, y la cocina nunca está -a los ojos de un gestor- totalmente ordenada. Asunto que cobra particular importancia cuando la suegra de uno es gestora. O la mamá. O la cuñada. O la esposa. O la vecina de la esquina, que tiene la casa tan impecable que ya ni voy a verla; porque cuando iba, al volver a la mía me venía como depresión.
Lo mismo ocurre cuando cortamos el pasto del jardín; recogerlo y meterlo en bolsas es un suplicio. Y es complicado conseguir que los basureros se lo lleven si no está debidamente empaquetado.
O cuando planchamos la ropa.
O sea, ya la lavamos (o colaboramos con el lavarropa poniéndola dentro, echando detergente y todo eso), la planchamos, la apilamos en montoncitos... y nunca nos alcanza como para distribuir los montoncitos en cada cajón y en cada parte del clóset. Y ahí se quedan los montoncitos. Hasta que empiezan a arrugarse, los tontos, arruinando todo el esfuerzo que uno hizo.
Y aquí es donde quería llegar.
Quiero algo.
Por primera vez en mucho mucho mucho tiempo, quiero algo.
Tanto, que ya hasta empezaba a preocuparme.
No fuera que hubiese alcanzado una especie de estado zen, o algo así.
¿Mi vecina me mostró el auto que para Navidad le regaló el marido?
Bostezo.
¿Una amiga me invita al mall en temporada de liquidaciones?
Uy, no puedo.
¿Se rompen cosas en la casa y hay que reponerlas?
Ajá. Menos cosas que limpiar.
Etcétera.
Y lo que quiero me pone muy contenta ya con el sólo hecho de quererlo, porque demuestra que soy humana y no el bicho raro que algunos piensan; y además me haría la vida más fácil; no como un auto o un celular, que te dan puros problemas, y que pienso que la gente los tiene única y exclusivamente para poder quejarse de ellos en sus blogs.
En fin, lo que quiero tener -y que si saben dónde se puede comprar, les agradecería me contaran- es esa máquina que, cada vez que termina un mes, sin que nadie se lo pida, así de motu proprio habría dicho mi profesor de latín, te agarra todas las entradas que publicaste en el blog el mes anterior y te las archiva en el lugar que corresponde.
A ver si me puede dar una manito con los platos, el pasto y la ropa planchada.
5 comentarios:
Gestora, pero por obligación. Los demás por alguna extraña razón creen que puedo ser la solución a todos sus problemas.Siempre sentí que había venido a este mundo para hacerle más fácil la vida a otros. Me cansé.Así que gestora!..pués los gestores cobran, que tanto..me avivé.
¿Y cuanto hay por ocuparme de sus platos,el pasto y la ropa?, y desde ya le aclaro que caca de perro no levanto.
Péreme un cachito que estoy por cerrar un contrato.
Porque usted debe cobrar una millonada.
¿Gestora por obligación?
Ese es un típico recurso de los gestores. Porque quienes son gestores, lo son por vocación, y no cobran. Sin embargo algunos facturan; no lo hacen por dinero, pero se sienten saldados sólo con pasarte sus facturas.
Lo digo con conocimiento de causa, porque de mañana soy gestor y con la caida del sol me vuelvo gato de departamento.
Moncho
Ah, yo creo que esa máquina la venden en España. Por lo menos siempre leo que ellos laburan con algo que se llama "ordenador".
yo esto, yo lo otro: soy gestora a sueldo, de 9 a 18. o sea que me vendo al oro yanki. después, re-gato de chalet. sí sí. la tendencia es ésa.
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